En la iglesia que estaba en Antioquía había profetas y maestros. Eran Bernabé, Simón (al que también llamaban el Negro), Lucio de Cirene, Menahem (que se había criado junto con Herodes, el que gobernó en Galilea) y Saulo. 2 Un día, mientras estaban celebrando el culto al Señor y ayunando, el Espíritu Santo dijo: Sepárenme a Bernabé y a Saulo para el trabajo al cual los he llamado. (Hechos 13:1-2)
La labor de la iglesia de Cristo es usar cada uno de sus miembros para ser la luz del mundo y la sal de la tierra, trayendo con ello claridad a la vida de cada individuo y contaminando de sed a todo aquel que no ha tenido una relación personal con Dios. Si la iglesia se queda cerrada entre cuatro paredes y no va a hacer la labor, su funcionalidad deja de ser efectiva y se convierte en un club al que a sus asistentes necesita motivar a continuar siendo parte a cambio de entretenimiento o dadivas, contario a la verdadera razón de congregarse que es la de dar y servir. La Biblia relata que la iglesia de Antioquia tenia gente capacitada y seguramente era un epicentro de bendición a todo aquel que vivía cerca de allí. Pero, qué de aquellos que vivían en otras ciudades y naciones que no tenían la oportunidad de ver con claridad la vida y sentir sed intensa por Dios? La respuesta estaba en las misiones.
Las misiones nacen del corazón de Dios, pues Dios es quien da el llamado misionero a nuestros corazones dándonos una convicción de nuestro llamado, sin embargo nosotros tenemos también la responsabilidad de activar ese llamado.
Para tener una conexión de un proveedor de internet en tu casa necesitas que el proveedor active la conexión, pero tú necesitas también hacer tu parte para tener acceso al internet. De igual manera uno debe dar pasos para hacer ese llamado recibido de Dios, activo en su vida.
Todo creyente nacido de nuevo representa el reino de los cielos siendo la Luz del mundo y la Sal de la tierra en cualquier lugar que Dios le permita estar; si Él te llama a la misión, estas dispuesto a ir?