En la noche se oye llorar a un recién nacido. La madre se despierta de inmediato, pues desde el parto ya no tiene el sueño tan profundo. Ella ha aprendido a distinguir los diversos tipos de llanto, de modo que por lo general intuye si ha de alimentar al pequeño, abrazarlo o darle otro tipo de atenciones. Pero sin importar la razón de los lloros, acude en su auxilio; lo quiere tanto que no puede pasar por alto sus necesidades. Aunque la compasión de la mujer por el fruto de su vientre figura entre los más entrañables afectos del ser humano, existe un sentimiento infinitamente más fuerte: la tierna compasión de Jehová.
La Biblia nos enseña en qué consiste la compasión de Dios comparándola con los sentimientos de una mujer para con su bebé. En Isaías 49:15 leemos: “¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho, para no compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvide, yo nunca te olvidaré”
¿Es la tierna compasión un síntoma de debilidad? Así lo han creído muchas personas imperfectas. Por ejemplo, Séneca, filósofo contemporáneo de Jesús, enseñó que “la misericordia es un vicio”, una debilidad. Este destacado intelectual romano pertenecía a la escuela estoica, que recomendaba mantener una calma en la que no influyeran los sentimientos. En su opinión, el sabio podía socorrer a quien se encontrara en apuros, pero sin tenerle lástima, la cual lo privaría de serenidad. Esta actitud egocéntrica ante la vida no permitía la compasión sincera. Pero Jehová no es en modo alguno así, pues nos asegura en su Palabra que “es muy tierno en cariño, y compasivo” (Santiago 5:11).
En tu rol de padre y líder, te compadeces de aquellos que están bajo tu cuidado? Deja que ellos vean en ti al Dios que se compadece de ti!